Para hablar de mi papá siento que
debo hacerlo en primera persona. Es decir, no referirme a “él” como alguien
externo, sino hablarle directamente. De tú a tú. Como si estuviera del otro
lado del espejo, o de la línea de teléfono. Por eso me acostumbré a escribirle
cartas como si las fuera a leer al instante de ser enviadas. Es bonito pensarlo
así y por eso le sigo hablando…
Es imposible resumir lo que ha pasado en estos cinco años lejos. A
veces siento que estás de viaje, y hasta incluso en sueños lo he pensado: una
conspiración ultra secreta o un trabajo confidencial te tienen lejos de tu casa
sin poder acceder al teléfono ni correo electrónico. Esas ideas que rondan mi
cabeza de vez en cuando aparecen, y creo que aunque pasen mil años seguirán
rondándome. Sea como sea, me gusta tomar esta separación como algo pasajero. En
algún momento todos nos volveremos a encontrar y esa es la única y absoluta
verdad.
La verdad es que no sé cómo puedo resumir estos cinco años. Las
alegrías nos inundaron muchas veces, los momentos difíciles también pero
felizmente no pasaron de una terma rota y una gotera en el techo. Pero como
siempre, nuestras exageraciones siguen igual que siempre y para nosotros era
algo parecido al fin del mundo. Algunos estamos un poco diferentes, unos más
anchos y viejos, otros más altos y grandes. Hablo de tus hijos y nietos
respectivamente. Pero si volvieras a ver a mi mami, ella sí está igualita. Un
poco más quejona que antes tal vez, pero en teoría igual que siempre. Bruno con
diez años le sigue ladrando a todo el que pasa por la ventana y tiene una
fijación increíble por cualquier tipo de peluche o juguetito que se mueva.
Lo que tampoco ha cambiado ni un poquito es la manera en la cual te
seguimos extrañando. No hay sábado que almorcemos en la casa sin acordarnos de
ti e incluso muchas veces un plato de más nos lo recuerda. Una silla vacía que
luego es ocupada por Bruno también nos recuerda que tu lugar sigue y seguirá
intacto porque sigues con nosotros.
Los recuerdos a tu lado son tantos que ni aunque escribiera uno al día
se me acabarían. Creo que eso es algo que no va a cambiar jamás. Tal cual como
dije líneas arriba, como si sólo estuvieras a unos kilómetros de distancia
haciendo de “súper agente secreto”. Tal vez ahora sigas haciendo de las tuyas
allá arriba, haciéndole bromas a los ángeles y jugando a asustarlos escondido
detrás de las puertas. O haciendo la típica mordida de perro que siempre nos
hacías atacando directo al talón del pie. Y por qué no atacando los rollos
ajenos como hacías con el conocido “come rollos”.
Nunca podremos olvidar cada uno de los momentos vividos a tu lado,
risas y llantos por supuesto para ponerle un poco de gris a todo el color.
Porque si no hay algo de gris, no puede ser tan real al final de todo. Pero si
de algo estoy convencida es que cuando te fuiste sin duda algo cambió en
nuestras vidas, el mundo se paralizó por un momento pero para luego volver a
girar de una manera distinta. Se vino abajo por un tiempo, pero nos dimos
cuenta que Dios nos puso esta prueba para salir de ella juntos como familia. Y
juntos como familia tratar de convertir ese dolor tan grande que nos dejaste en esperanza. Esperanza porque la
vida continúa y hay mucho más por vivir.
Nos enseñaste mucho cuando estuviste aquí, a ser libres, a decir lo que
pensamos a pesar de estar contra la corriente, a luchar por lo que queremos, a
ser valientes, a mirar al extraño con sigilo, a confiar en la vida, a
desconfiar cuando es necesario, a ponernos rodilleras por si nos caemos, a
volver a levantarnos, a gritar para desahogarnos, a cubrirnos la boca antes de
estornudar, a pensar antes de hablar (aunque esto fue y seguirá siendo difícil
para mí, tanto como era para ti), a volar sin necesidad de tener alas, a querer
de verdad, a entregarlo todo cuando hay que hacerlo, a mostrar el corazón, a
llorar sin miedo a que nos vean, a reclamar lo justo, a pelear por lo que
soñamos, a sentir y a decir siempre la verdad. Tal vez te faltó un poco
enseñarnos a cómo vivir sin ti pero eso no se enseña, es algo que se aprende a
la fuerza y si hasta de eso tenemos que sacar una enseñanza, nos enseñaste a
seguir creciendo cuando todo parecía estar perdido.
Pruebas siempre tendremos, pero como siempre he escuchado “Dios nunca
nos pondrá cruces que no podamos cargar”. Es decir, que todo se aguanta, todo
se supera, o mejor dicho, de todo se aprende y podemos adoptar una nueva forma
de vivir felices. Y qué mejor ejemplo de que la vida sigue después de que te
fuiste al cielo: me casé con una persona parecidísima a ti, tenemos una nueva
integrante en la familia (Kristel), tus nietos siguen creciendo con grandes
valores, y los planes a futuro se llevan siempre bajo el brazo. Porque estoy
segura que desde allá arriba lo que más quieres es vernos sonreír en lugar de
llorar, soñar en lugar de dormir, creer en lugar de duda… vivir, en lugar de
morir.
La vida seguirá siendo un poco difícil en algunos momentos, pues todas
las semanas tienen un “lunes”. Pero también, tienen un viernes, sábado y
domingo que todo parece florecer de nuevo. Como la vida misma.